DOS OBISPOS AL LADO DE LOS EMPOBRECIDOS:

OSCAR ROMERO Y HERDER CÁMARA

 

La verdad es que me alegró haber oído la noticia de que el cardenal Angelo Amato ha dado el Nihil Obstat para que el día 3 de Mayo se inicie el proceso de beatificación del obispo Herder Cámara. Esta buena noticia se superponía a la próxima beatificación del obispo Oscar A. Romero te tendría lugar el próximo 23 de Mayo, que muchos viviremos como un acontecimiento gratificante.

Bien es verdad que, tanto al obispo Herder Cámara como al obispo Romero, a ambos desde ya hace tiempo no sólo sus respectivas comunidades diocesanas, sino cuantos los hemos conocido por su vida y sus escritos, los tenemos como “santos”, lo que para nosotros significa simplemente que han sido unos cristianos ejemplares, dignos de imitar, en algunos aspectos de su vida. Somos muchos los que destacamos en ellos sobre todo el haber incorporado a su vida la misericordia de Jesús de Galilea hacia los desheredados de este mundo. Su corazón, su vida entera, ha estado puesta en los más pobres.

Aquí en Asturias hemos vivido más de cerca el proceso de Oscar Romero, debido ello a la presencia muy activa de un Comité de Solidaridad que con centro en Gijón aglutinaba a un grupo de personas que entre otras cosas quería mantener vivo el recuerdo del martirio del obispo salvadoreño. Siempre me he sentido cercano a la causa de Mons. Romero, sobre todo porque significaba el reconocimiento de un determinado modo de ser cristiano que se puede también proponer como camino de santidad: el entregarse a la causa de los empobrecidos, de los marginados, de los sufrientes de este mundo.

Pero nuestra alegría va teñida de pena. Entre otras razones por todo ese tinglado montado para declarar beato o santo a un cristiano ejemplar. Sobre todo si ha de ir incluido el “milagro” necesario. Es hora ya de salirse de los tiempos oscurantistas y entrar en el mundo de la luz. Se buscan las causas de la crisis de fe de tantas gentes de hoy: la Iglesia necesita poner en su vida más racionalidad, más libertad, más espontaneidad, más sencillez. Esta Iglesia anquilosada, encorsetada, poniendo a troche y moche cortapisas… no puede atraer ni ilusionar ni los jóvenes ni a los adultos que quieren vivir su fe desde una concepción moderna.

Es verdad también que nuestra alegría no es completa, pues, además, nos entristece que no sean reconocidos tantos otros cristianos seglares, militantes de a pié, y curas de base, que se entregaron a anunciar el mensaje de Jesús y dar testimonio de una fe comprometida en el quehacer de un mundo mejor, más justo y equitativo, para los más empobrecidos. Fueron muchos los asesinados. Los hubo en otros lugares, pero ahora está en nuestra mente la larga lista de mártires latinoamericanos. Todos ellos debieran de ser beatificados al lado del obispo Romero. Estoy seguro que en las ceremonias populares en América Latina se proclamarán sus nombres junto con el de Oscar Arnulfo Romero. Romero ha de ser un nombre colectivo: son todos los muertos por estar al lado de los empobrecidos.

A muchos nos dolían tantas canonizaciones incoloras, inodoras e insípidas, que no servían más que para dar “prestigio” a ciertas instituciones religiosas que disponían de las influencias necesarias para que “su causa” prosperase. Y algunas, hay dos muy significativas, que no eran tan inocuas. Al contrario, parecían cargadas de mucha intencionalidad. Se trataba de canonizar a la persona y a la obra que había dejado hecha. Es más, creo que se pretendía también subir a los altares un modo de entender la fe y la vida cristiana, en detrimento de otro modo, el de Romero, Herder Cámara… y demás cristianos con una visión distinta de Jesús y de la Iglesia. Parece que el Papa Francisco quiere equilibrar un poco la balanza.

Y mientras, se obstaculizaba el progreso del proceso de nuestro obispo salvadoreño mártir. ¿En manos de quiénes están estos asuntos de nuestra Iglesia? ¿Con qué ojos mirarían la foto de Mons. Romero, caído muerto en el suelo mientras decía misa, asesinado por una bala que no podía ser más que lanzada por aquellos que le odiaban a muerte por su postura cristiana de denuncia por el mal que estaban haciendo sobre el pueblo salvadoreño, con qué ojos la mirarían, digo, para no ser capaces de ver allí a un santo, a una persona de fe profunda, radical, comprometida… que puede, y debe, ser propuesta como ejemplo de vida para todos los seguidores de Jesús?

Por encima de otras consideraciones que infravalorarían esta cuestión de la beatificación del obispo Romero y el avance  de la causa de Herder Cámara, creo que es muy importante que la Institución Católica haya tomado esta decisión de poner en valor la vida de estos dos obispos. Sé que para muchos no era necesario, pues desde siempre los tuvimos como ejemplos de vida cristiana a imitar, precisamente en lo que se refiere a su postura de denuncia profética ante las injusticias, señalando además a aquellos que directa o indirectamente las producían. Pero era conveniente que se señalase un modo alternativo de vivir la fe en un momento de pensamiento único, construido férreamente y proclamado autoritariamente por el binomio Wojtyla-Ratzinger. 

Nos alegramos mucho de la beatificación del obispo Romero, y del buen camino que sigue la causa del obispo Herder Cámara, porque así todos los obispos del mundo tendrán ante sí unos buenos ejemplos de cómo un pastor debe oír el clamor de su pueblo cuando se le está haciendo sufrir, cómo deben hacer suyo el dolor de sus gentes y denunciar el hecho y a sus agentes. Aquí en España apenas si se ha oído algún murmullo de crítica y ninguna denuncia contundente y clara de los responsables de una pobreza como nunca se vio en nuestro país después la recuperación de la democracia. Nada dijeron ante los vergonzosos e inmisericordes desahucios, mientras hay tantas casas vacías, nada ante la rapiña de algunos banqueros que empobrecieron a tantos, nada de algunos políticos y sindicalistas que se sirvieron de sus cargos para enriquecerse. Nada dijeron del sistema neoliberal productivo y financiero estructurado para empobrecer a la mayoría y enriquecer a unos pocos…Han perdido la palabra, han renunciado a carácter profético de su pontificado, que es el más propio del Jesús del que han sido constituidos representantes. La vida entregada a la causa de los más desfavorecidos de estos dos obispos, Oscar Romero y Herder Cámara, en el primer caso hasta la muerte, pone en evidencia su “pecado” como obispos y también, hay que reconocerlo, el de la mayor parte de los cristianos, que tampoco hemos sabido estar a la altura de las exigencias propias de nuestra condición en relación a los hechos anteriormente enumerados.

José María Álvarez.